Ausencias

Te fuiste a la cama cuando el mañana ya era hoy y cuando en el bloque no se escuchaba más que una cisterna cada 20 minutos. Te frotas los ojos raspándote los dedos con las lagañas acumuladas en tus lagrimales que aquella misma noche habían trabajado a destajo, de hecho con la yema de tus dedos puedes notar el reguero de sales minerales que las lágrimas han dejado por tus mejillas frías.

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Te pones en pie con esa sensación de tener el cerebro entre algodones y funcionando a ráfagas, embutido e inutil, con alguna que otra sinapsis suelta dando pequeño latigazos eléctricos.
A tientas por el suelo buscas las zapatillas, haces una pequeña mueca cuando tocas el suelo con la temperatura de un cadáver, las colocas lentamente haciéndote consciente del sudor de las plantas de tus pies, probablemente provocado por aquellas cuatro o cinco pesadillas que se han sucedido durante tu intento de sueño como si de un maratón de Stephen King se tratara.

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En el baño más frialdad que nunca, ya no hay coleteros ni horquillas tiradas por el suelo, el espacio dejado por los tampones empieza a convertirse en un niño egocéntrico y consentido que te tira de la manga para que lo mires. El cepillo de dientes parece algo más doblado que de costumbre, como si echara de menos chocar sus cerdas con las de dureza baja de aquel cepillo que nunca intentaban desangrar las encías en las que se anclaban esos dientes que mordían tu cuello.
Te lavas la cara concienzudamente, como si el agua pudiese borrarte las ojeras y cuando alargas la mano ahora no se equivoca al coger la toalla, porque sólo está la tuya.

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En la cocina la principal ausencia es el olor a café mezclado con aquellas gotas de esencia de limón que bajaban por su canalillo, tampoco está aquella taza con su nombre y faltan sus productos dietéticos y sus postres caseros han abandonado el frigorífico. Te sirves un vaso de leche sola sin sacarina, endulzar algo con sacarina sería más que nunca un sucedáneo.

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Subes las persianas del salón para dejar que algún rayo de sol te queme las pupilas y no puedas ver cómo ha quedado después de su partida: ya no están aquellos libros que ella devoraba hasta la madrugada, ni aquellas películas de cine mudo que tú veías para tener una excusa con la que acurrucarte a su lado a acariciarle el cabello. Y en las paredes se pueden distinguir las huellas de aquellos cuadros que ella pintaba con solamente una camisa blanca puesta. Y harto de todo esto decides salir a la calle para huir de esa casa llena de ausencias que acentúan la suya.

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Escalón a escalón, lentamente bajas las escaleras antes estrechas para dos y ahora amplias para uno, recuerdas cómo competíais para ver quién llegaba antes abajo y como siempre la dejabas ganar. Antes de salir miras el buzón. Nada. Ninguna de sus suscripciones está ni tampoco una factura a su nombre, darías cualquier cosa por tener alguna que pagar.

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La calle está abarrotada de personas que pasean con sus chaquetones y gabardinas, con sus chalecos y ponchos, y tú recuerdas su bufanda azul y su gorro de lana rosa corriendo cuesta abajo, dejándose embalar, en busca de la adrenalina y de la velocidad. Ahora la puedes imaginar al final de la calle jadeando y riendo como una cría y montándose en tu espalda para que la lleves un rato a caballito. Pasas por la antigua tienda de discos ahora desierta víctima de la piratería, hoy es último de mes y tocaría entrar a buscar un vinilo de algún grupo desconocido para descubrirlo copa de vino tras copa, pero te limitas a ponerte los auriculares y escuchar algún mp3 mal descargado de Internet. Sin embargo tras la segunda canción de Golpes Bajos te das cuenta de que incluso en las letras de las canciones está su ausencia. Ya no está aquel sentido que ella le daba a las canciones, aquel tamborileo con los dedos en sus piernas ni aquellos estribillos bajo la ducha. Decides tirar los auriculares a una papelera con furia.

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Cuando llegas al parque de siempre y al mismo banco de todos los días la única huella que queda de ella es la de un corazón tallado con una llave, abres la bolsa de pipas y los recuerdos asaltan a tu mente de uno en uno, amontonándose como las cáscaras en el suelo.

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«¿Perdona tienes hora?».

Y esa simple frase enmarcada entre dos curvados signos de interrogación sirve para borrar todas aquellas señales de ausencia.
Tras la pregunta llega un café, luego viene el intercambio de números precedido por la risa fingida ante un chiste malo por temor a parecer antipático. Más adelante llegan: una, dos, tres citas, luego el primer beso, la primera puesta de sol. Poco a poco pasará el tiempo, vendrá el primer visionado de su anatomía sin censura, las primeras embestidas y los primeros arañazos. Tras las calma viene la tempestad (porque el ciclo se puede ver también de esta manera) y aparecerá la primera pelea con la reconciliación de guardaespaldas. Luego vendrá la asesina monotonía y los primeros intentos por romperla.
Algo más adelante llegará el anillo, la boda, el arroz y la luna de miel. Con el tiempo aparecerá el corte en el dedo en la parte que ese anillo cubre del sol, y la primera barriga hinchada, el parto y el segundo niño. Las canas, las arrugas y las pérdidas de orina, las primeras lágrimas por su muerte lubricando el camino que te lleva finalmente a la tuya.                                     .

Y entre todos estos acontecimientos donde antes había ausencias ahora hay señales nuevas. Coleteros nuevos en el cuarto de baño y el cepillo de dientes vuelve a darse picos con otro, la toalla manchada de maquillaje cubre la tuya. En la cocina el olor a esencia de limón ha dejado el lugar al de azahar, hay nuevas tazas en el fregadero recuerdo de aquel viaje a Cuenca.

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En el salón ahora hay un par de libros repetidos en el sofá, es una suerte que a los dos os guste el mismo tipo de literatura. En cuanto al cine sigue sin gustarte lo mismo que a ella pero la excusa es tanto o más deseable y donde antes había marcas de cuadros desaparecidos ahora hay fotos de todos los viajes que antes no pudiste hacer porque a tu novia le daban pereza.

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En la calle la gente sigue con su coreografía pero ahora los juegos con ella son distintos, la bufanda azul le ha dado el testigo a una verde pistacho y la nueva risa que escuchas al final de la cuesta tiene otra melodía. La tienda de discos no ha vuelto a abrir, así que llegáis hasta el parque donde el banco de madera ha sido sustituido por uno de plástico, y en él ahora hay un corazón dibujado con rotulador permanente para evitar que se borre, pero no con su nombre. No necesitas pregonar tus sentimientos en ningún lado, te basta mirarla a los ojos y pensar que un tiempo de ausencias no es tan malo.

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