Y aquí estamos de nuevo con la serie de ciencia ficción MÛNSK. Tras otra larga temporada sin publicar nada, por fin sale a la luz la quinta parte (y próximamente lo hará la sexta). De nuevo dejo un resumen de la trama de las partes previas, y los respectivos enlaces por si preferís volver a leerlas o leerlas por primera vez si no lo habéis hecho nunca.
¡Leed, comentad, compartid!
MÛNSK: https://lacalistrera.wordpress.com/2014/05/11/munsk/
MÛNSK, parte II: https://lacalistrera.wordpress.com/2014/05/14/munsk-parte-ii/
MÛNSK, parte III: https://lacalistrera.wordpress.com/2014/05/19/munsk-parte-iii/
MÛNSK, parte IV: https://lacalistrera.wordpress.com/2014/07/27/munsk-parte-iv/
Resumen Mûnsk, partes I, II, III Y IV
Debido a la decadencia del planeta tierra, la necesidad de buscar un lugar alternativo para la vida humana se hizo primordial. Con el objetivo de ahorrar tiempo y realizar el viaje lo más rápido posible, Olsen y sus compañeros iniciaron una misión secreta consistente en viajar a través de un agujero negro, el cual se postulaba que actuaría como agujero de gusano, hasta otro extremo de la galaxia, lugar donde se había detectado un planeta de condiciones similares a la Tierra. Su misión era de exploración y reconocimiento. Si la misión tenía éxito, el siguiente paso sería el de regresar a la Tierra e intentar llevar hasta el nuevo planeta a la población humana.
Tras dos días de viaje a través del agujero negro en unas condiciones que llevaron al límite los cuerpos y mentes de los tripulantes de la nave, consiguieron alcanzar el otro lado, pero para su sorpresa descubrieron que allí ya había humanos.
Lo que para la tripulación de Olsen habían sido dos meses a través del agujero negro, resultaron ser más de 600 años terrestres.
En ese tiempo, los habitantes de la Tierra habían sufrido una guerra nuclear y finalmente un grupo de unas 20.000 personas había logrado huir a la base científica de Marte, donde el científico Edward Mûnsk había construido la gigantesca nave “Exile”. Dicha nave, con sectores de criogenización preparados para albergar a los humanos en espera de alcanzar algún día un lugar apropiado para vivir, surcó el espacio durante 600 años dirigida por una tripulación mínima de 40 personas que fue renovándose a lo largo de los siglos.
Finalmente, hallaron un planeta, al que llamaron MÛNSK, cerca de la salida del agujero negro de Karmstak, lugar en el que aparecerían dos años después Olsen y sus compañeros.
Una vez que la nave Exile llegó a MÛNSK, se decidió iniciar una descongelación progresiva de la población y una distribución sistemática de tareas y obligaciones.
Pero, cuando se dispusieron a descongelar al primer grupo de 20 personas, se produjo un fallo. Había una joven, Anne Granger, cuya descongelación sólo podía ser autorizada por una persona: Olsen Bergman. Ambos habían tenido una relación amorosa antes de que éste iniciase el viaje a través del agujero negro de Karmstak.
Cuando por fin Olsen llegó a Mûnsk, descubrió en una base de datos que Anne aún estaba viva y esperándole. Anne se había arriesgado a la posibilidad de no ser despertada nunca, pero no le importaba pues estaba gravemente enferma y su tiempo de vida era realmente escaso. Si existía la más mínima posibilidad de volver a ver a Olsen, merecía la pena intentarlo.
Personajes aparecidos en los capítulos anteriores:
- Olsen Bergman: Piloto de la nave Elpida, que atravesó el agujero negro de Karmstak.
- Neal: Tripulante de la nave Elpida.
- Capitana Swan: Capitana de la nave Elpida.
- Marlène: Mecánica de la nave Elpida.
- Anne Granger: Amante de Olsen Bergman. Antigua profesora en la Tierra.
- Sarah Kudrow: Médico jefe en Mûnsk.
- Capitán Phillipe Maglov: Uno de los principales encargados de la adaptación de los supervivientes al nuevo planeta.
- Ingeniero Bastián Truffeau: Compañero del Capitán Phillipe.
V
Olsen la observaba de cerca. El cuerpo de Anne descansaba sobre una camilla. Era increíble lo que había cambiado. Su cabellera, una vez larga y brillante, se había convertido en una corta melena más oscura de lo que la recordaba. Estaba visiblemente más delgada y sus brazos parecían haberse convertido en fuertes y fibrosos. Tenía aspecto de haber sufrido y salido adelante por sí misma. Parecía una mujer dura y luchadora, muy lejos de aquel recuerdo que él conservaba de chica delicada, dulce y tímida.
Deseaba que despertara para escuchar todo aquello que tuviera que contarle. Y también quería disculparse. Disculparse por haber tardado tanto.
Olsen sintió que la mano que sostenía entre las suyas se agitaba.
Anne abrió los ojos lentamente. Su mente aún divagaba por una mezcla de recuerdos y sueños entre los que no era capaz de discernir. Poco a poco su vista comenzó a aclararse, a la vez que su memoria se reorganizaba y regresaba por fin al mundo de los vivos.
Lentamente, alzó sus ojos hacia él.
– ¿Estoy soñando? – preguntó con un hilo de voz.
– Siento decirte que no. Estás más que despierta – respondió Olsen con una sonrisa que no era capaz de ocultar.
– No puede ser… – los ojos de Anne se anegaron de lágrimas y Olsen la abrazó-. No puede ser… lo has conseguido. Estás aquí… pero… ¿dónde estamos?
– Eso no importa.
Ambos anhelaban el calor de los brazos del otro tanto como el sol desea calentar la superficie terrestre en cada nuevo amanecer, tanto como una mariposa desea batir sus alas por primera vez en el momento de la eclosión, tanto como el impulso irrefrenable de un grito ante un estímulo doloroso. El tiempo, relativo, había pasado de forma muy distinta para ambos. Para él sólo habían sido dos meses, para ella doce años, pero en tiempo terrestre habían sido más de 600, así que hicieron que su abrazo, a pesar de no durar más de unos minutos, se extendiese a lo largo de decenios, deteniendo casi por completo el tiempo.
– Siento interrumpir el mágico encuentro – intervino la doctora Kudrow -, pero debemos terminar el chequeo médico. ¿Podrías dejarnos solas un momento por favor?
– ¡No! No te vayas – exclamó Anne cuando Olsen se separó de ella.
– No te preocupes – le calmó él-, no tendrás que esperar otros doce años para volver a verme. Estaré ahí fuera…
Una vez que Olsen hubo abandonado la habitación, la doctora Kudrow pudo atender a Anne a solas. En silencio activó algunos aparatos médicos que comenzaron a realizar mediciones del estado de su sangre, sus músculos y de todos y cada uno de sus órganos.
– Relájate por favor – le pidió a Anne-, entiendo tu actual grado de excitación pero podrías provocar resultados erróneos en el lector de diagnóstico.
Anne intentó controlar su respiración aunque no podía perder cierto nivel de emoción. Habían pasado doce años desde que Olsen se marchara y, por su aspecto, no debía de haber pasado demasiado tiempo congelada. Parecía que el paso del tiempo no le había afectado, estaba tal y cómo lo recordaba, tal y como había aparecido en sus sueños una y otra vez durante su hibernación.
– ¿Cuánto tiempo he pasado…? – comenzó a preguntar Anne.
– Silencio por favor – ordenó Sarah-, espera a que acabe el proceso de reconocimiento. Luego responderé tus preguntas.
Cuando los aparatos médicos dejaron de hacer ruidos extraños y la doctora Kudrow observó los resultados sobre una de las pantallas, dejó escapar una pequeña exclamación de sorpresa. Anne cerró los ojos y suspiró sabiendo lo que le esperaba.
– No se preocupe doctora, no voy a llevarme ninguna sorpresa.
– Pero… ¿usted sabía…?
– Sí, sé lo poco que me queda de vida. Mantuve el dolor alejada de mí durante los últimos tres meses gracias a una cápsula subcutánea que segrega pequeñas dosis de morfina cada cierto tiempo. He de agradecérselo enormemente al doctor Marion, pues llevaba tiempo destrozada por el insomnio y los continuos dolores.
– No le conozco aunque sí que había visto antes esa práctica. – Guardó silencio un instante y a continuación preguntó-: ¿Lo sabe Olsen?
– Ni lo sabe ni quiero que lo sepa – sentenció tajante Anne-, así que me gustaría que, a poder ser, mantuviera esto como secreto médico.
– Como quieras, pero tarde o temprano deberías informarle o algún día se llevará una sorpresa desagradable.
– No te preocupes, lo haré – aseguró Anne hastiada.
– Pues hemos acabado – anunció Sarah-, puedo responder a tus preguntas aunque creo que tienes más cosas de que hablar con Olsen. Además él también está ya al día de todo. Puedes marcharte si lo deseas.
– Gracias doctora…
– Kudrow, Sarah Kudrow.
Tras un breve apretón de manos Anne abandonó la clínica.
Sarah se soltó la coleta que mantenía su pelo sujeto y tras revolverlo un poco para liberarlo se planteó si había hecho bien ocultándole cierta información a Anne. Definitivamente había hecho bien. Sí. Quería convencerse de ello. La vida sigue y cada uno tiene su momento.
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El capitán Phillipe Maglov y el ingeniero Bastián Truffeau accedieron a los sectores P de la nave Exile, como hacían el primer día de cada mes, para continuar con la tarea de restauración de los habitantes de la Tierra en el nuevo planeta. Todo el proceso se llevó a cabo en un perfecto orden, sin que se produjera ninguna incidencia, salvo con el último individuo restituido. No tenía ficha identificativa. No aparecía su nombre, sus iniciales, su edad o algún dato que informase acerca de su pasado. No existía parte de recepción a su llegada a Marte, ni tampoco fecha y hora de hibernación.
Mientras Bastián seguía inspeccionando una y otra vez el ordenador buscando datos sobre aquel individuo, Phillipe comenzó a examinarlo. Iba vestido con una ropa desgastada en tonos marrones. Lo acompañaba con un pañuelo naranja en el cuello, que le daba algo de color al conjunto, y unas botas negras muy usadas. Debía medir aproximadamente un metro ochenta, era de complexión fuerte y estaba bastante delgado. Su pelo, de un tono oscuro casi negro, era corto y estaba despeinado.
Phillipe buscó en su cuerpo un tatuaje que le diese algún tipo de información, pero no encontró nada. Se sorprendió cuando, al retirar el pañuelo naranja que cubría el cuello del individuo, observó una tremenda cicatriz que lo cruzaba de lado a lado, y volvió a colocarlo tal y como estaba para tapar aquella horrible marca.
– ¿Algo Phillipe? – preguntó Bastián desde la sala de control.
– Nada… – se lamentó el Capitán-, tan sólo una tremenda cicatriz en el cuello. Parece como si se lo hubieran rajado. Tuvo suerte de sobrevivir.
– ¿Qué hacemos? – preguntó Bastián que ya había abandonado su búsqueda de documentación en la base de datos y se había acercado hasta la camilla donde descansaba el misterioso individuo.
– Llama a Sarah, ¡rápido!
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– ¿¡Seiscientos años!? – exclamó sorprendida Anne.
– Lo sé, yo tampoco me lo creía al principio – respondió Olsen divertido acariciando la piel desnuda de su compañera. Habían tenido tiempo para dejarse llevar por el roce de sus cuerpos y ahora descansaban bajo las cálidas sábanas de la cama en la habitación asignada a Olsen.
– No sé qué me sorprende más, si eso o el hecho de que yo haya pasado de ser cinco años menor que tú a ser siete años mayor. Cuando te fuiste yo tenía veintitrés y tú veintiocho. Ahora yo tengo treinta y cinco y tú sigues siendo un niño de veintiocho.
– Perdona que te corrija, pero yo también he envejecido mucho. No olvides que para mí han pasado dos meses – respondió Olsen haciéndose el dolido.
– Idiota – rió Anne. Aprovechó para besarle de nuevo. Deseó poder estar junto a él mucho más tiempo y sintió rabia al pensar en que su vida ya era una cuenta atrás. De repente un par de lágrimas escaparon de sus ojos.
– Ey, ey, ¿a qué vienen esas lágrimas?, estamos juntos…
– Lo sé, son de alegría… – mintió Anne.
Olsen las secó con sus manos y la besó.
– Ya me has contado todo eso de llevar a grupos de niños a las lanzaderas a Marte, pero ¿cómo te hiciste estas cicatrices? – preguntó Olsen acariciando ciertas partes del cuerpo de Anne que habían sido maltratadas en el pasado.
La verdad es que no fue fácil, aún me da miedo recordarlo – hizo una pausa y tomó aire-. No tienes ni idea del horror que se vivió en la Tierra tras tu marcha. Muchas veces deseé poder haber abandonado el planeta contigo. Te envidiaba por estar tan lejos, por tu ignorancia.
– Lo siento… ojalá pudiera haber estado contigo…- se lamentó Olsen.
– No tienes que disculparte. No eres el culpable. El viaje en el que embarcaste era una misión necesaria. Estabais buscando un futuro. Estabais buscando esperanza.
– Y no sirvió de nada… cuando llegamos ya estaba el trabajo hecho. Habíais estado seiscientos años huyendo del planeta que os vio nacer. Habíais encontrado un nuevo hogar y os habíais comenzado a asentar – hizo una pausa con la mirada perdida-. Lo que me resulta más desconcertante, es el hecho de que la nave Exile llegase justamente a la salida del agujero de gusano que atravesamos. No puedo creer que la casualidad cruzase nuestros caminos de esa forma en un universo infinito como este.
– Mûnsk sabía lo de vuestra misión. Apuesto a que estableció un rumbo o intervino de alguna forma antes de morir.
– ¿Mûnsk, el diseñador de la nave?
– El mismo. Tuve el placer de conocerle. Él mismo supo quién eras cuando le hablé de ti.
– ¿Le hablaste de mí? – se sorprendió Olsen.
Anne se dio cuenta que su secreto podía peligrar e intentó no darle demasiadas explicaciones.
– Sí… una vez… coincidimos y estuvimos hablando.
– ¿Cómo murió? – se interesó el piloto.
– Sufrió un paro cardíaco dos días antes de despegar de Marte. Llevaba tiempo con problemas cardiorrespiratorios. Él mismo sabía que su fin estaba cerca.
– Vaya… – susurró Olsen mirando a ninguna parte -, debe de ser muy duro saber que tu vida se está consumiendo… – a Anne se le hizo un nudo en la garganta e intentó contener nuevas lágrimas que nacían indomables en sus ojos tristes. Ocultó su rostro en el cuello de él para evitar que le viese llorar de nuevo. Olsen aprovechó para acariciar su pelo mientras aún reflexionaba –. Una verdadera pena que no tuviese la oportunidad de contemplar su obra. Estamos aquí gracias a él.
– Sin duda – corroboró Anne.
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Cuando por fin la doctora Sarah Kudrow llegó al sector P4 en el que se encontraban Phillipe y Bastián con el misterioso desconocido, comenzó a formularles preguntas sin parar acerca de todos los posibles documentos en los que podía haber algo de información sobre aquél hombre. La respuesta de Bastián fue siempre negativa, pues ya había consultado todos y cada uno de los archivos sobre los que ella le insistía.
– No hay nada – sentenció Bastián remarcando bien cada palabra.
– ¡Pues si no está registrado no tiene derecho a estar aquí! ¿Cómo demonios se supone que se ha colado en nuestra nave? – preguntó la doctora visiblemente alterada.
– Si no está registrado significa que es un intruso. Significa que se saltó todos los controles para entrar en secreto, a saber con qué intenciones – intervino el Capitán Phillipe con el semblante sombrío –. Debemos deshacernos de él.
Sus compañeros le miraron sorprendido. ¿Estaba insinuando que debían matarlo? Ante la cara de sorpresa de Sarah y Bastián, Phillipe volvió a intervenir:
– ¿Es que no lo entendéis? ¿Acaso no os dais cuenta del peligro al que nos estamos exponiendo?
– Creo que no conseguiríamos nada matándolo, porque no pudo hibernarse por sí solo – apuntó Bastián. Sus palabras dejaron mudos a sus compañeros. Acababan de darse cuenta de a qué se refería-. No está sólo en esta nave. Alguien le ayudó. Alguien en quien aparentemente confiamos – los tres se miraron entre sí con repentina desconfianza.
– ¿Qué podemos hacer? – preguntó Sarah angustiada.
– Dejar que se despierte y que viva con nosotros. Le observaremos en todo momento y vigilaremos con quién habla y con quién se relaciona. Quizás así nos dé pistas sobre quién es el traidor.
– O traidores – señaló el Capitán-, puede que haya más de uno.
– ¿Y en quién podríamos confiar para que lo vigilase? Podríamos estar eligiendo al traidor para dicha tarea – opinó la doctora.
– Que sea Olsen – dijo Bastián -, él ha sido ajeno a toda la guerra, sabemos que pasó 600 años viajando a través del agujero negro y además, hará lo que haga falta para proteger su nuevo hogar ahora que se ha reencontrado con Anne.
– Tienes razón, es el candidato perfecto – meditó el Capitán-. Avisémosle, pero que nadie más sepa nada.
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Tras un breve receso de caricias y besos Anne se decidió a relatarle los hechos que habían marcado su cuerpo de semejante forma. Olsen la observaba casi sin pestañear, para no perder detalle de su historia.
<< Una vez fui detenida por el FAR, el Frente Armado Radical. Eran una mezcla de mercenarios y locos a los que les habían metido ideas estúpidas en la cabeza. Por un lado estaban los que lo hacían por mera cuestión económica, pero más de la mitad de ellos tenían otro trasfondo, algo que los empujaba a actuar. Una doctrina casi religiosa. Les habían convencido de que aquellos que intentaban escapar de la Tierra eran impuros, seres que renegaban de sus raíces, que despreciaban su propio planeta. Cobardes que ni si quiera intentaban salvarlo. Pero estaban equivocados. No quedaba planeta que salvar, ni que habitar. Todo había sido destruido. Todo.
Aun así, no había forma de convencerles, así que no dejaron de sabotear misiones de salvamento y no dudaban en asesinar y masacrar a todo aquél que diera la más mínima ayuda a esas personas que ellos consideraban impuros. Los “desagradecidos” nos llamaban.
En aquella ocasión de la que te hablo, me encontraba conduciendo a un grupo de veintiocho jóvenes a través de los alpes, para llegar a Suiza. Fue entonces cuando nos tendieron una emboscada – guardó silencio, tragó saliva, respiró profundamente y con voz entrecortada dijo-: los mataron a todos Olsen. A todos esos niños inocentes. Y lo hicieron delante de mí – Olsen la abrazó. Ella se había sentado en el borde de la cama y ahora escondía su rostro entre sus manos –. Pero a mí no me hicieron nada. No entonces. Me condujeron a su campamento y me mantuvieron presa en una celda durante lo que creo que fue una semana. – A esta altura de la historia su relato se había hecho mucho más lento y pausado. Parecía como si cada nueva palabra que se veía obligada a pronunciar le devolviera a la memoria los recuerdos más horribles de su vida –. Sólo me daban algo de agua una vez al día. Pasé horas o quizás días enteros llorando; era imposible saber qué hora era en aquella celda oscura, bajo tierra. Al tiempo me sacaron de allí. Volví a ver el sol sólo durante unos segundos. Me condujeron a una habitación y me ataron con cadenas a la pared. Era la habitación de un hombre. Nunca supe su nombre pero nunca olvidaré la tortura a la que me sometió durante más de dos semanas. Lo primero que hizo fue romperme la ropa y dejarme completamente desnuda. Me trataba como a un perro. Me obligaba a comer del suelo usando sólo mi boca. Me tocaba cuando quería y yo no podía impedírselo porque tenía las manos atadas. – Sus lágrimas caían imparables, deslizándose velozmente por sus mejillas y precipitándose a continuación al vacío. Olsen la abrazaba aún con más fuerza y mantenía su piel pegada a la de ella para así darle el consuelo que su voz no era capaz de expresar –. Cuando por fin me violó, me había maltratado tanto que ya no tenía fuerzas para resistirme – Olsen sentía tal rabia e impotencia en su interior que habría sido capaz de matar a ese hombre con sus propias manos si lo hubiera tenido delante en ese momento, pero prefirió no decir nada y continuar escuchando la historia de Anne sin romper el abrazo que los unía –. Un día, se quedó dormido en el suelo, desnudo cerca de mí. Su ropa estaba junto a él, y en el interior de sus bolsillos mi billete hacia la libertad: el juego de llaves que abrían mis cadenas. Estirándome tanto como pude logré acercar con el pie su pantalón y rápidamente empecé a buscar en sus bolsillos. Al principio con calma, luego frenéticamente. El calor de la esperanza me ahogaba. No se me había presentado una ocasión como esa hasta ese momento. La emoción que sentí al encontrarla fue increíble. La libertad estaba ahí.
Y lo conseguí. Me deshice de las cadenas y me vestí con su ropa. Quise detenerme y perder el tiempo haciendo daño a aquel monstruo, pero tenía prisa por salir de allí. Aunque no iba a marcharme sin vengarme. Até sus extremidades a las cadenas que me habían hecho su esclava durante los días previos, cogí su navaja y golpeando su cara le dejé un instante para que abriera los ojos justo antes de rajar su cuello. La sangre que brotó y llenó su garganta impidió que gritase. Sus ojos, desesperados, reflejaban el mismo miedo que podían haber mostrado los míos cuando fui sometida una y otra vez a su voluntad. No me detuve más tiempo y me marché de allí sin mirar atrás >>.
Continuará…