Boxeo, Justin Bieber y corridas.

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En este artículo necesito hablar de demasiadas cosas, y el boxeo solo es una de ellas. No pretendo hacer una crónica de la pelea, para eso tenéis los Deportes del mediodía, para que os digan qué opináis sobre el combate, y para que os digan cómo disfrutar de un espectáculo.

Mike Tyson arrancándole media oreja a su rival porque cocaína.
Mike Tyson arrancándole media oreja a su rival porque cocaína.

Ya sé, ya sé que empiezo fuerte como Pacquiao -espero no desinflarme-, pero son esos medios de comunicación los culpables de que millones de personas hayan presenciado por primera vez un combate de boxeo, y que se hayan llevado un chasco. El boxeo es un gran deporte, pero no señores, no es el mismo boxeo de las películas. Y es que algunos pensaban que esta madrugada la sangre iba a chorrear como en las de Tarantino, o como el chocolate en Toro Salvaje. Qué menos que en «la pelea del siglo» hubiera muerto alguien, ¿verdad? Algún espectador quizá. Así a bote pronto se me ocurre Justin Bieber. Pero no, no ha muerto nadie. Ni matarse han intentado. El ex-campeón de los pesos pesados Mike Tyson ya se encargó de calificar a ambos púgiles como «hombres de negocios» y de reconocer que tanta complicidad en la presentación del combate no encajaba con un «asesino» como él.

Ante bochornos como éste uno debería empezar a percatarse de la farsa. Miren, se toma una pelea, a la cual se le asocia una historia con tirón -la clásica revancha-, y por si fuera poco se añade un calificativo tan presuntuoso como «la pelea del siglo». En añadidura, se mencionan las cifras del combate, que dan a entender que aunque no hayas escuchado «Pakiao» o «Meigüeder» en tu puta vida, debes aguantar despierto hasta las 5 de la mañana porque es algo muy importante.

Pero no es algo nuevo. Hacer del fútbol una ficción es nuestro pan de cada día. Las ajustadas pugnas por el pichichi, las terribles injusticias arbitrales, las desafiantes ruedas de prensa en catalán y en vasco, esa neblina de incertidumbre propia de la temporada de fichajes, la depresión de Casillas, el afán por romper las estadísticas de la puta que me parió… Los guionistas han hecho su trabajo, han creado una trama y una afición, un público. Ya pueden empezar a cobrarse las quinielas, los derechos de emisión y la publicidad con tu dinero.

Hace tiempo que dejé de ver el fútbol para evitarme ese teatro. Para dejar de hacer mías las inquietudes de esos jugadores extranjeros que sienten los colores de tu ciudad en sus propias carnes, hasta que cambian de carnes para sentir los colores de otra ciudad donde se les paga más. Y por ello, horas antes del duelo tuve una discusión en la que defendía que el boxeo, por ser un deporte individual sin clubes ni fichajes ni banquillos, era más auténtico que el fútbol. Hombre contra hombre. Dolor y euforia para el ganador, y deshonra y más dolor para el perdedor. Y aún suponiendo que les mueva el dinero, se les debería olvidar cuando ese cabrón de ahí enfrente les está bombardeando las costillas. Y si las sacudidas no bastan para evadirse, da igual, porque sea ética o no su motivación, lo único que quiere es ganar.

Me equivocaba. Hoy he visto dos boxeadores que no querían ganar. Un aspirante sin aspiraciones (aunque a esta hora todo el mundo ponga a «Pacman -oh- Pacquiao» en un altar), y un defensor del título que solo se preocupaba de no recibir golpes delante de los jueces sin importarle lo más mínimo quedar como un cobarde ante los ojos de medios mundo. No, amigo Floyd, eso no es una victoria.

Pero no toda la culpa la tiene la mercantilización del deporte. También la tiene la tecnificación. Una implacable estadística que no deja hueco para el arte. Una tarea de contar golpes que no deja tiempo a los jueces para presenciar la lucha. ¿Dónde queda el show?

He de reconocer, que cuando pensé en la palabra «arte» me vino a la mente «el arte del toreo», con el cual disfruta un camarada de este blog, a quien por cierto le deseo una artística muerte por astada en la ingle. El hecho de que no comparta su visión no me ha impedido entender algo…

El toreo sí es una verdadera lucha, donde hay sangre, y donde hay muerte (con mucha suerte, humana). No hay abrazo entre los púgiles, solo barbarie. No existe la victoria por puntos, toro y torero están obligados a batirse y abatirse. Y a pesar de ser lucha…

El toreo es un verdadero arte, porque no cae en esa obsesión por vencer al toro sin importar el cómo, de hecho sólo importa el cómo. No hay ciencia detrás del toreo, solo exhibición, no hay estadística ni predicción, sólo sorpresa y miedo porque no hay algo tan impredecible como un animal.

A pesar de que, por otro lado, estoy en contra de las CORRIDAS (esto es internet y puedo poner en mayúsculas lo que me salga de mi gran rabo taurino) que tanto le gustan a mi amigo, no estoy seguro de que tuviera lógica prohibir su emisión televisiva, al igual que se hizo con el boxeo por su violencia explícita. Violencia explícita (explícita porque lo hacen en tu puta cara) es, que perder un combate de 50 minutos se pague con 120 millones de euros y que haya filipinos, estadounidenses y gente de nuestro país que curra durante una hora por dos míseros pavos.

Fijáos lo que puede dar de sí una insulsa hora de boxeo para hacer crítica social. Anda niño, tira ya. Y si los Deportes Cuatro te despachan hoy algún experto para que te diga que «en verdá se lo mereció er Paqui er chavea», despáchale un jab a la mandíbula de parte de La Calistrera.

Chesco.

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