EL ÚLTIMO HOMBRE – Parte III, Traición

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EL ÚLTIMO HOMBRE – Parte II, Alice

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–  ¡Seguridad Ciudadana! – gritó alguien irrumpiendo en la habitación. Saigo se sobresaltó. Un grupo de unas ocho mujeres del SSC entró en la habitación en la que había pasado la noche con Alice, quién intentó escapar de allí desnuda pero fue retenida por una de las mujeres de Seguridad. Le tiraron de los pelos y la obligaron a arrodillarse.

Saigo sintió pavor, vergüenza por ser hallado así y rabia por haber sido encontrado. Sería devuelto al edificio Karloff sin la menor opción de lucha.

–  ¿Qué coño has hecho Saigo? – preguntó la cabecilla del grupo, a la que Saigo reconoció como la Capitana Matt, jefa de seguridad del edificio Karloff.

Saigo no respondió. Temblaba de miedo. Avergonzado se puso sus calzoncillos y se levantó lentamente de la cama.

–  Llevadme si queréis, pero dejadla – habló refiriéndose a Alice.

–  ¿Te la has follado, idiota? – preguntó enfadada la Capitana Matt mientras se acercaba a Alice, la agarraba y volvía a hacer que se arrodillara ante ella-. Vamos, zorra, díselo, dile por qué lo has hecho.

Alice sólo lloraba, no era capaz de pronunciar palabra.

–  ¡Déjala! – suplicó Saigo.

–  ¿Que la deje? La dejaré cuando confiese ante ti por qué hizo lo que hizo – agarró los pelos de Alice y tiró de ellos mientras le ordenaba que hablase.

–  Estoy enamorada de él. Siempre le he amado desde que lo veía en la televisión – dijo Alice con un hilo de voz.

–  ¡Mientes! – gritó la Capitana Matt tirándole de los pelos-. ¡Dí la verdad!

Alice comenzó a llorar más fuerte y entre los sollozos llegó a decir << Quiero ser famosa…>>.

–  ¡Más fuerte! Creo que aquí Casanova no te ha oído – volvió a ordenarle Matt.

Pero no tenía razón, sí que la había oído. Saigo se sintió engañado y traicionado. Comenzó a sentirse mareado. Se preguntaba una y otra vez qué había hecho.

–  ¿Te das cuenta Saigo? ¿Sabes lo que pagarían en televisión por una entrevista de la primera mujer que engendrase un hijo tuyo? ¿Sabes la audiencia que obtendría un programa televisivo en el que se descubriera si tu primer descendiente sería o no un varón? ¿Te paraste a pensarlo? – Bramó Matt.

Saigo comenzó a llorar. Nunca se había sentido tan estafado. Era demasiado inocente, había estado demasiado protegido, nunca le habían dejado que se enfrentase al mundo exterior, y en su primera vez había sido engañado como un tonto. La Capitana Matt soltó a Alice una vez que obtuvo lo que quería y la dejó escabullirse.

–  Traed a la gorda – ordenó.

–  ¡Madame Fat! – exclamó sorprendido Saigo al ver el estado en el que apareció la abuela de Alice. La habían golpeado. Tenía un ojo morado y el labio inferior le sangraba.

Matt arrojó sobre la cama una bolsa de tela.

–  Ahí está tu dinero. La muy inútil usó tu tarjeta de crédito mientras dormías. Gracias a ello dimos con ella, y ella nos trajo hasta ti.

–  ¿Por qué…? – Saigo no entendía la conducta de Alice y Madame Fat. ¿Por qué todos eran así de crueles?

–  ¿Entiendes ahora la sobreprotección que tu madre se ve obligada a imponerte? – preguntó la Capitana Matt en un tono más calmado-. Vivimos en un mundo de fieras y alimañas. Anda, vístete y te llevaremos a casa.

Saigo obedeció apesadumbrado. Había sido derrotado. El hecho de haber sido engañado le dolía casi más que la certeza de volver a ser encerrado en el Edificio Karloff. Cuando se hubo vestido cogió su mochila. Llevaba ya varios segundos meditándolo. Por encima del sentimiento de derrota que le embargaba, había una parte dentro de él que gritaba a voces contra su obligación.

–  No voy a ir – dijo al fin.

–  ¿Cómo? – preguntó la Capitana Matt sorprendida. Se acercó a él dispuesto a agarrarlo, pero él ya había metido la mano en la mochila, sacado la navaja y colocado sobre su propio cuello-. ¿Qué estás haciendo insensato?

–  Si das un paso más me cortaré el cuello.

–  Dios santo, el último hombre tenía que ser un gilipollas – exclamó Matt exasperada-. Te dejaría desangrarte encantada pero tengo órdenes de devolverte al Edificio Karloff.

Dio otro paso hacia él y entonces Saigo apretó un poco la navaja contra su piel hasta que notó un hilillo de sangre deslizándose por su cuello.

–  ¿Qué haces? ¿Realmente prefieres morir? – preguntó sorprendida Matt.

–  ¿Crees que puedo llamar vida al día a día en el Edificio Karloff? No sé nada de la vida. Me han estado ocultando información de todo tipo durante mis casi dieciséis años, me han sobreprotegido tanto que apenas he podido alejarme un par de calles de mi casa y siempre rodeado de una escolta formada por un mínimo de cinco mujeres. Cualquier idiotez que hago se convierte en noticia. Soy un puto mono de feria. Soy un niñato inocente y estúpido, pero cambiaré eso. Lo haré. Lejos de aquí.

Apenas hubo terminado su emotivo discurso, un tortazo le cruzó la cara a tal velocidad y con tal fuerza que le hizo caer sobre la mesita de noche de forma aparatosa. La navaja cayó de sus manos y fue a parar directamente bajo la cama. La Capitana Matt, que había sido la autora de tan salvaje golpe, lo cogió de la oreja y retorciéndosela le obligó a acompañarla.

La posibilidad de escapar se había esfumado, pero además estaba perdiendo todo atisbo de dignidad. Estaba siendo tratado como un niño pequeño y la vergüenza que sentía se equiparaba a la decepción y a la pena que le inundaba por haber fracasado en su intento de fuga.

Cuando la comitiva cruzaba el vestíbulo de la vivienda dispuesta a salir, se escuchó un zumbido y tanto las ocho agentes del SSC como Saigo se derrumbaron inmovilizados. Alice había activado un sistema de seguridad contra intrusos que electrificaba el suelo de la entrada de su vivienda administrando una descarga de 50.000 voltios durante cinco segundos.

–  ¡Te arrestarán por esto! – exclamó Madame Fat asustada cuando vio lo que había hecho su nieta.

–  Cállate y ayúdame a sacarlo de aquí.

Cuando Saigo despertó se encontraba en un pasillo oscuro y húmedo. Alice estaba a su lado, agarrándolo de las solapas del abrigo. Le había estado zarandeando suavemente para que volviera en sí.

–  Sé que no vas a perdonarme, pero no podía dejar que te llevaran –confesó ella con aquella voz que tanto le seducía-. Estás en el sótano de la casa de mi abuela. Antiguamente pertenecía al jefe de limpieza de las cloacas de la ciudad, quien disponía de este pasadizo para acceder a ellas directamente. Es tu única vía de escape. Debes irte.

–  Pero tú… – comenzó a decir Saigo atontado-, te cogerán. Te detendrán o te harán cosas peores.

–  Quizás lo merezca – sentenció la joven avergonzada sin atreverse a levantar la mirada.

Saigo se quedó mirándola. En cierto modo se le encogía el estómago al ver a Alice con aquella actitud triste y apesadumbrada, pero por otro lado la odiaba por haberle engañado y utilizado. No sería capaz de perdonarla nunca.

–  ¿Dándoos el beso de despedida tortolitos?

Ambos se quedaron paralizados. Era Matt, los había alcanzado.

–  ¿Dónde está mi abuela? – Se atrevió a preguntar Alice.

–  ¿Esa masa de carne que me obstaculizaba la entrada a las escaleras de las entrañas de su cochambrosa chabola? Creo que ha muerto.

Alice dejó escapar un chillido y sus ojos se inundaron de lágrimas.

–  Voy a darte una buena noticia niño – comenzó a decir Matt mirando fijamente a Saigo-. Te dejaré marchar porque eres un montón de mierda y prefiero tenerte lejos de mi vista. Suficientes quebraderos de cabeza me estás dando ya.

Saigo no podía creer lo que estaba escuchando. Intentó buscar alguna palabra de agradecimiento pero Matt volvió a hablar:

–  Sin embargo me aseguraré de que tu amiga no engendre nada indeseado.

Y sin permitir ninguna palabra, acción o movimiento que lo impidiera, apuntó con su revólver a Alice y le disparó a bocajarro en el vientre. Saigo gritó y corrió a socorrerla mientras comenzaba a sangrar profusamente.

–  No vuelvas – dijo Matt mientras se alejaba.

La joven sufría espasmos y vomitaba sangre. Por más que Saigo quiso efectuarle algún tipo de torniquete, no tuvo tiempo y el corazón de Alice se detuvo apenas unos minutos después. Su cuerpo se quedó rígido y su bella mirada de ojos verdes quedó perdida en la oscuridad del túnel.Saigo la abrazó y lloró.

Perdió la noción del tiempo mientras sus lágrimas bañaban las heridas de aquél cuerpo que amó durante toda una noche.

Continuará…

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